MARCA DE ORIGEN
Le cuesta hablar de sí misma. Una vez declaró que no entendía por qué tenía que dar notas. “Es algo que me angustia y me parece inútil”, dijo en ese momento. La cantidad de entrevistas para medios gráficos que le hicieron y que circulan por internet pueden contarse con los dedos de las manos. Hay alguna sobre las heroínas de telenovela, una sobre El jorobado de París, otra sobre Mi bella dama, un par relativas a Montecristo…
Sin embargo, todas las barreras parecen diluirse con la primera sonrisa de Paola. Está claro que no se vuelve loca por dar entrevistas, pero sabe que es parte del juego y no escatimará palabras.
Empezó a actuar de manera imprevista. Acompañó a un amigo al casting de Drácula, el musical de la dupla Cibrián-Mahler, y los dos quedaron seleccionados. A ella le dieron el papel principal.
Después, se sucedieron casi sin respiro trabajos en teatro y televisión. Se subió a las tablas con El jorobado de París, Mi bella dama, Tres versiones de la vida, Aplausos y Sueño de una noche de verano, entre otras obras. Su bautismo de fuego en la pantalla chica fue con Inconquistable corazón. Después vinieron Alas, poder y pasión, Por siempre mujercitas, El Rafa, Muñeca brava, Epitafios y Montecristo.
Sos una actriz que elige con cuidado los proyectos en los que se involucra. ¿Qué tenés en cuenta para decidir?
Desde hace un tiempo trato de cuidar mis espacios. Cuando era pendeja, no paraba.
¿No podías parar o no querías?
Me parecía que no podía decir que no. Son esas cosas que una tiene cuando es chica. A los 19, caí en Drácula casi sin elegirlo y todo se sucedió como un torbellino. Pasaba de un trabajo a otro casi sin elegir.
Sin embargo, cuando hiciste Por siempre mujercitas, abandonaste el proyecto a los pocos meses. Dijiste “no”.
Es cierto. En realidad, hubo varios “no”. En Por siempre mujercitas no la estaba pasando bien. No me gustaba el proyecto, necesitaba un cambio. Desde chica, pegué algunos volantazos tratando de entender adónde quería ir. Sin embargo, era una cosa detrás de la otra. Me metía a hacer teatro y televisión a la vez… En un momento, supe que eso no era para mí, que no la pasaba bien. Siento que mi comienzo me marcó mucho. Empecé haciendo el personaje protagónico de Drácula, tenía mucha responsabilidad.
Y no habías buscado esa responsabilidad.
Claro. Además, no tenía una preparación adecuada para afrontar eso. Me di cuenta más tarde. En ese momento no podía creer que me hubiesen elegido para protagonizar la obra. Trabajaba con cantantes muy grossos y nunca había cantado.
Siempre se habla de tu formación en danza y en teatro. ¿Cuándo supiste que podías cantar?
Ahí, durante las pruebas. Sabía que afinaba, pero nunca había tomado clases de canto ni había cantado fuera de mi casa; ni siquiera en reuniones de amigos. De pronto, estaba cantando frente a un montón de gente en el Luna Park. Fue extraño. Resultó positivo porque significó el comienzo de algo, pero también tuvo un aspecto negativo: yo era muy pendeja y no me sentía preparada para cargar con tanta responsabilidad. No contaba con la estructura para bancármelo con seguridad. Salía al escenario llena de terror.
¿Te referís a una estructura psíquica?
Sí, pero también al hecho de que nunca había tomado clases. Me faltaba la estructura que te brinda el aprendizaje. Es importante estudiar, hacer pruebas, conocer tus límites y tratar de superarlos. No viví nada de eso. De repente estaba cantando cosas muy difíciles –Mahler compone con un registro muy amplio– delante del público. Tenía el atrevimiento de la juventud, pero a la vez sufría mucho.
¿Dirías que fue algo traumático?
Sí, fue muy traumático.
En ese momento, ¿qué hacías además de Drácula?
Tomaba clases de teatro y estudiaba Psicología. Trabajaba de moza. Tenía mucha energía. Siento que empezar de ese modo me marcó, pero después la situación fue distinta. Desde hace un tiempo está quedando atrás esa sensación de que el trabajo es exigencia y sufrimiento, eso de no dormir porque estoy pensando en un personaje, esa cosa de pensar en términos de “vida o muerte” que me marcó al comienzo.
¿Hubo algo que motivara el cambio?
La llegada de mi hija me ordenó muchísimo [hace 3 años tuvo una hija con su pareja, el actor Joaquín Furriel]. Ordenó mis prioridades, me marcó qué es lo importante, por qué cosas vale la pena sufrir. El cambio, aunque suene obvio, tiene que ver con la maternidad. También es fruto de la terapia, que te permite madurar y repensar algunas cosas para descubrir otras formas de hacer y pensar las cosas.
¿Sufrías por igual en el teatro y la televisión?
El teatro me cuesta más. Es lo que más me gusta y lo que más me exige. Por eso, después de ser mamá, preferí volver al ruedo haciendo tele porque me deja la cabeza mucho más libre.
¿Sí?
Sí. Vengo a grabar con la letra estudiada, me concentro y sé perfectamente lo que debo hacer, pero, cuando termino, termino. El teatro, en cambio, me toma todo el día. Me levanto pensando que tengo función, que ese día no dormí lo suficiente, me fijo en el estado de mi voz. Estar sobre un escenario implica mucha responsabilidad. Te obliga a estar bien. En cambio, la tele exige una energía mucho más chiquita, más natural, más cotidiana.
Además, hay una cámara de por medio.
Y hay luces que se pueden acomodar para que no se note si no estás bien. En la tele hay trucos. El escenario, en cambio, es crudo; estás completamente solo, desprotegido, nadie te va a salvar. Tenés que estar presente, entero y saludable porque, si no, no la pasás bien.
¿Llegás a pasarla mal sobre el escenario?
A veces siento tanta exigencia que no la paso bien. En realidad, en el momento la paso bien, pero no en las horas previas.
¿Y el cine? No trabajaste en muchas películas.
El cine me encanta. Es un lenguaje que siento afín a mi estilo. Creo entender cómo funciona ese mundo, pero debería ir a su encuentro, hablar con la gente que hace cine, meterme… Se trata de un ámbito medio elitista y cerrado y yo no me muevo mucho.
¿En teatro no tenés la necesidad de salir a buscar proyectos?
La verdad que no. Desde hace un tiempo, me reúno con gente con la que quisiera generar algo más propio, que tenga que ver con la música, con lo que escribo, con lo que me interesa. Hace poco hice algo con Alejandro Tantanian y nos quedamos con ganas de volver a trabajar juntos. Eso me re interesa. Con los años, uno tiene más claro adónde quiere ir y eso facilita los encuentros amorosos. Siento que el cine es algo más lejano porque no conozco a a gente que trabaja en ese ámbito. Imagino que tengo que ir a estrenos o fiestas para entrar en contacto con ellos y no lo hago. Creo que por eso hice pocas películas. Además, a nadie se le ocurrió llamarme. Hay muchos directores argentinos que me gustan.
¿Por ejemplo?
[Adrián] Caetano. Con él trabajé en La cautiva, un telefilm para Canal 7. Me gusta mucho cómo dirige, me parece un tipo talentoso, un artista. Me gusta Lucrecia Martel. [Carlos] Sorín me parece un genio. La película del rey es un hito, algo impresionante. Hay muchos directores que me gustan, pero no sé qué debería hacer para trabajar con ellos.
Dijiste que estudiabas Psicología mientras hacías Drácula. ¿Por qué empezaste una carrera universitaria?
Porque me encanta la psicología. Me iba muy bien, estaba re copada.
Avanzaste bastante en la carrera, ¿no?
Sí, hice el ciclo básico mientras cursaba el secundario. Fue algo acelerado. Me gustaba mucho la facultad. A veces pienso que estaría bueno retomar. Siempre me interesó y es una disciplina que se relaciona con la actuación.
¿Algo de lo que estudiaste en la carrera te sirve ahora?
Todo sirve. La actuación tiene eso: existen los conservatorios, pero la vida te da el aprendizaje. La vida es una enorme fuente de material para los actores. También lo es la observación de uno mismo y la psicología tiene mucho que ver con eso. Seguro que me sirvió, pero no puedo decirte en qué de manera concreta. Por otro lado, siento que soy muy buena escuchando a los demás. Me encanta escuchar y, al mismo tiempo, me cuesta mucho hablar de mí. Soy muy cuidadosa con las palabras. Me interesa el mundo de las palabras por todo lo que implican. La psicología y la actuación tienen que ver con eso: el subtexto, lo que se esconde, lo que aparece y lo que no.
¿Te ves retomando la carrera?
Sí, me encantaría, pero tendría que empezar de nuevo. A veces pienso que, en realidad, debería estudiar algo más afín a la actuación. En ocasiones uno se obliga a hacer cosas que tienen que ver con su profesión.
¿Solés tomar cursos?
Sí, me gusta estudiar.
¿El estudio te parece vital para un actor?
Depende de cada persona. Hay actores impresionantes que nunca estudiaron. Da un poco de pudor cuando lo dicen, pero los ves laburar y evidentemente tienen algo innato. Cuando estudio, me siento muy enriquecida. Laburar desde tan pendeja hizo que no hubiera espacio para el error en mi carrera. Siempre estuve expuesta y tuve que resolver las cosas rápido. Relaciono el estudio con un espacio más anónimo.
Donde te podés equivocar…
Uno también se equivoca mientras trabaja, pero se publica en todos los diarios cuando sucede. Bueno, no sé si es para tanto; quiero decir que uno queda muy expuesto.
Hablaste de “lo que escribo”. ¿Escribís?
Sí. Hace poco hice un curso de dramaturgia con Román Podolsky y estuvo buenísimo, fue un disparador muy importante. Siempre escribí, pero nunca había pensado que mis textos se podían actuar. En ese curso vi mis textos interpretados por otros. Entendí a los autores que odian a los actores [risas]. No es que haya odiado a los actores…
Pero entendiste mejor la relación autor-actor.
Sí. Las palabras están llenas de lo que uno trae. Mis textos significaban una cosa muy concreta para mí y los otros veían en ellos algo totalmente distinto. Es alucinante y súper enriquecedor. Te permite ver lo obtuso que podés ser.
MUNDO PRIVADO
Dentro del mundo estereotipado y perfecto que proponen las telenovelas, Paola Krum ha transitado un largo camino. Durante muchos años interpretó a mujeres sufrientes e inmaculadas que se enamoran con ganas y cargan con alguna imposibilidad (su pasado familiar, su procedencia económica o de clase). Krum dice que El elegido será su última telenovela. Asegura que decidió hacerla porque es distinta. Ella se pone en la piel de Mariana, una abogada que sospecha que algo extraño se oculta detrás de la muerte de su padre.
¿Qué te atrae del trabajo en telenovelas?
Siempre que hice telenovelas ocupé el lugar de la heroína. No fue una elección, sino algo que se dio. En la carrera de una actriz, protagonizar una telenovela no resulta desdeñable, pero las heroínas son personajes limitados. Hay ciertos límites que las telenovelas no pueden traspasar. La heroína tiene algo inmaculado, perfecto. Es una persona sufriente, una víctima. Muchas veces me quise correr de ese lugar, pero siempre me llamaron para eso y, por diversas razones, he aceptado.
(BOLD) ¿Por qué razones?
Muchas veces, porque tengo que trabajar. En el caso de Montecristo, me interesó el proyecto, lo que tenía para contar.
¿Y ahora, con El elegido?
Hubo un montón de razones. Mi edad, por ejemplo; sé que es la última telenovela que voy a hacer. Decidí hacerla porque es distinta. Interpreto a una heroína bastante poco convencional. No se trata de una mina sufriente, tiene algo muy explosivo. Por eso me pareció bien hacerla. Mi personaje supera sin victimizarse situaciones difíciles. Vive una crisis que, en vez de paralizarla, la impulsa. De todos modos, sus movimientos son bastante torpes, como los de una persona que madura poco a poco su visión de un tema. No es perfecta ni inmaculada, sino algo torpe. Las cosas le salen mal. Este personaje me parece muy liberador porque siento que está más cerca de mí. Las otras heroínas que interpreté implicaban un esfuerzo mayor aunque mucha gente cree que soy así.
¿Sufriente, inmaculada y perfecta?
Sí. Igual, te topás con eso todo el tiempo cuando trabajás en televisón. Es algo permanente. Te dicen: “¡Qué flaquita, yo pensé que eras gorda!”. En un punto, sos de los otros. La gente no tiene pruritos en manifestar lo que piensa porque, de algún modo, siente que le pertenecés. Además, como yo resguardo mi vida privada todo lo posible, eso se acentúa.
¿En algún momento tomaste la decisión de no exponer tu vida en los medios?
Lo decidí de a poco. En mis primeros años, quedé muy expuesta y padecí cosas horribles. Con el tiempo aprendí qué es lo mejor para mí. Quiero una vida normal. Hoy me vine en subte, por ejemplo. Me gusta viajar en subte.
¿En serio?
Sí. ¿Ves que te sorprende? Un día bajé del subte y había un paparazzi esperándome. La noticia era que viajo en subte [risas]. Siempre viajo así. Me resulta cómodo y me parece importante mantener el contacto con la ciudad. Hay gente muy famosa que tiene una vida extraña que afecta a sus hijos. Es inevitable que esas personas se escondan dentro de una estructura para sostener eso. Yo, en cambio, me tomo el subte y nadie me mira porque estoy fuera de contexto. Nadie piensa que me puedo tomar el subte. Quiero viajar así con mi hija. Me parece importante que viva las cosas como son.
Imagino que en ciertas ocasiones eso se puede tornar un poco difícil.
Hay momentos y momentos. Ahora, por ejemplo, voy a ser la heroína de una telenovela. Busco un equilibrio. Me gusta mi trabajo y quiero seguir eligiendo mi camino, pero hay algunas cosas –muy pocas– que padezco… Cuando aparecen los paparazzi, me da un ataque de pánico. No puedo reaccionar con naturalidad, me salta el corazón, me pongo furiosa. Debería estar acostumbrada a que, de pronto, me saquen una foto mientras camino por la calle. Sin embargo, lo vivo con extrañeza. Igual, estoy un poco mejor que al principio. Fui aprendiendo. Está bueno saber hasta dónde uno quiere figurar y mostrar. Es lo más saludable.
Además de viajar en subte, ¿qué otras cosas de “la vida normal” te gusta hacer?
Fui bailarina y siempre me gustó hacer ejercicios físicos: gimnasia, estiramiento, yoga… Ahora bailo con mi hija. Disfruto mucho eso. También me gusta comer cosas dulces, helados. Me gusta leer. Tengo etapas de lectora voraz y, de pronto, la nada. Cuando empiezo a trabajar, no leo ni escucho música. Hay momentos en los que estoy muy enganchada y momentos en los que no escucho ni la radio.
Cuando estás enganchada, ¿qué escuchás?
Depende. Hace poco, mientras escribía, escuchaba cosas instrumentales. Estaba muy copada con Amiina, un grupo islandés que a veces toca con Sigur Rós. Hace una música muy femenina e inspiradora. En ese momento, funcionó como un disparador. Igual, cambio mucho. Cuando estoy con mi hija, pongo Prince. A ella le encanta Björk…
Leí que de chica te gustaba Spinetta y que en una obra llegaste a cantar un tema compuesto por él. Debe haber sido fuerte.
Sí, claro. Me quise matar porque cuando Spinetta fue a ver la obra. Canté para el culo. No me gusta que me digan quiénes están entre el público. Hay gente que se copa con eso, pero a mí me opaca, me aplasta. Necesito que el público sea anónimo, que no haya individualidades. No me pasa con todo el mundo, pero algunas personas pueden inhibirme. Uno empieza a pensar en el juicio del otro… Eso te modifica, dejás de estar entero sobre el escenario. Quizá actuás igual que siempre, pero tu percepción no es la misma.
¿Y cómo es tu relación con el público cuando hacés televisión?
Cambia según el día. Hay días que tenés ganas de hablar con la gente y días que no. De todas maneras, eso forma parte del trabajo y hay que tener buena onda. Un grupo de chicos armó un foro en internet para seguir mi carrera; la verdad es que son divinos, buena onda, silenciosos. Haga lo que haga, ellos están ahí, siempre mantienen una distancia, no son invasivos. Es una actitud muy amorosa y cuidadosa.
Hablás de lo amoroso como algo importante para vos.
Intento que en el trabajo y en mi encuentro con la gente haya un buen clima. De otra manera no funciono bien. Hay gente que funciona cuando pelea, cuando hay tensión. Yo no.