Desde el jueves será el protagonista de "The Pillowman" ("El hombre almohada"), la obra dramática con altas dosis de humor negro que le permitirá probarse en otros registros. Ya lejos del galán, del que no reniega, confiesa que necesitaba "animarme al cambio". A los 38 años, el ex Conde de Montecristo abre sus temores frente al desafío y comparte postales de su vida familiar. Se reconoce un buen contador de cuentos a la hora de irse a dormir. Por: Silvina Lamazares
La infancia le sobrevuela estos días. Se acuerda de viejos juegos, de viejos temores, de viejas sensaciones que parecen no tener fecha de vencimiento. "Cuando me agarraba a las piñas o me sentía acorralado ante alguien, le saltaba a la yugular. Tal vez me comía un par de manos, claro, pero me probaba. Ante el desafío me tiraba de cabeza y de pechito y salía de ahí como podía. Desde pibe me pasa que cuando siento miedo necesito sacármelo. Como yo era un nene medio adulto, siempre entendía que era más doloroso recular y volver a casa asustado, que poner el cuerpo y comerme dos o tres cachetazos", reconoce Pablo Echarri, quien encuentra en aquellas peleas de la esquina un espejo que ahora, seguramente, le está devolviendo la imagen de aquel chico que fue. El que se animaba en las bravas.
Y entonces dice: "Tengo miedo". No hay rivales, no hay guapeza que sacar a relucir, tampoco hay testigos en este mediodía a puertas cerradas, con una mesa puesta en medio de un teatro vacío. El lugar parece inmenso, inabarcable, pero él, frente a su taza de café y su hilván de emociones, logra hacer de esas ocho baldosas del centro el único espacio de atención. Como si una lámpara dicroica, que no hay esta vez, cayera sobre esa mesa y el resto se diluyera en penumbras. En ese marco, la frase retumba.
"Para mí, el miedo siempre fue un motor bastante movilizador. Me lleva para adelante, me empuja. Es cierto que pude haber sido medio arrebatado, pero la clave de eso es que me mando. Nunca fui un compadrito ni un pendenciero ni tampoco me quedé de más si lo que estaba en juego era mi supervivencia, pero si había con qué, me hacía cargo. Y ahora, salvando las distancias entre una pelea y un hecho artístico, sucede algo parecido: me metí en una dificilísima, pero con la casi certeza de que puedo. Por eso acepto el desafío y le pongo horas, trabajo, dedicación. O sea, estoy armado, pero el susto insiste", regala su voz grave, que a lo largo de las tres horas de charla se suaviza, luego de pasear temáticamente por el trabajo, la vida familiar, los afectos, el fútbol, las pasiones, el paso del tiempo.
Ese paso del tiempo que, a los 38 años, lo encuentran más aplacado a la hora de hablar del club que no es de sus amores y que esta tarde se juega la chance de permanecer en Primera o descender a la B. Fanático de Independiente, ensaya un pálpito para hoy, frente a Belgrano de Córdoba: "Racing pierde 2 a 1, con un gol sobre la hora y el estadio enmudecido. Abrazaré en silencio a mis amigos de Racing, que los tengo".
La energía Echarri, esa que lo enciende cuando un tema lo apasiona, sigue intacta, pero su modo -"son los años", dirá él- ha ganado en serenidad, en profundidad. Tal vez por eso, sin pudores, cuando cuenta qué lo llevó a calzarse las delicadas ropas del protagonista de The Pillowman ("El hombre almohada") -la obra que se estrenará el jueves, en el Lola Membrives- dice que "llegó un momento en que no había otra cosa para hacer. Podía haber seguido tocando la misma cuerda, pero necesitaba una prueba personal, darme cuenta cabalmente de cuál es mi límite. Necesitaba jugarme, animarme al cambio, meterme con algo más complejo que lo que ya conocía".
¿El galán quedó atrás?
Es un rol del que no reniego, pero el galán se me fue vaciando, se fue quedando sin contenido. Y eso que siempre intenté, y lo he logrado, ponerle otros matices.
¿A partir de "Resistiré" (2003) o de "Montecristo" (2006)?
Mirá lo que te digo: a partir de Los buscas (2000). No era una novela de amor y nada más. Ahí pude componer a un pibe con algunas contradicciones, con misterio.
¿Fue el más logrado de los tres?
No, el más logrado fue el Conde de Montecristo... El tipo no tiene rival, qué querés. Los demás son seres humanos... él era una deidad, era "el" héroe.
Sin la capa del personaje que le valió el Martín Fierro de oro (ver Con la mira...) ni el look de hace dos años, ahora tiene el pelo muy corto y unos cuantos kilos menos, silueta que buscó tener para la nueva película de Marcelo Piñeyro, cuyo rodaje, finalmente, quedó postergado. La delgadez no es lo único que le dejó el filme que no fue: "Este año estaba focalizado en eso y no pensaba hacer otro laburo. Hace tres meses se cayó la peli, que yo quería hacer, y a los dos días, te juro, sonó el teléfono y era (Daniel) Grinbank, para ofrecerme la obra. Y termina siendo para mí el verdadero desafío. Te juro que lo siento seriamente como una bisagra, entre otras bisagras que tuve en la carrera. Acá me meto con un escritor torturado (ver Cuatro actores...), con unas oscuridades muy profundas. Ninguna entrega fue como ésta".
Con once películas en el haber, y "ninguna muestra de teatro, por h o por b", considera que "venía bastante virgen sobre el escenario: tuve una sola experiencia, hace 9 años, con Puck, sueño de verano. Pero, qué vivo, corría con ventaja... estaba junto a un grupo consolidado, como es La banda de la risa y con una adaptación de un clásico de (William) Shakespeare. Estaba absolutamente cobijado, protegido. Y también con Grinbank como productor".
Y fue él quien tenía clarísimo desde hace tiempo que el escritor de The Pillowman debía hacerlo Echarri, porque el llamado de hace tres meses se sumó al que le había hecho hace dos años, pero en ese entonces Montecristo no le dejaba margen.
Ciertas claves de la obra, que revelan miserias en la formación de los hijos, invitan a viajar de Villa Domínico a Palermo. Del únicamente hijo que fue al padre que se animó a ser: "Con mis viejos tuve una relación acorde a los tiempos que me tocaron... menos comunicativa, con más tabúes, con más obligaciones políticamente correctas. De las cosas que dolían no se charlaba, o al menos se evitaban. Eran épocas de menos contacto físico. Pero no hubo riesgo, nos educaron muy bien, nunca faltó amor. Y todos esos vínculos se fortalecieron luego del secuestro (el de su padre, hace 6 años). Creo que con ese hecho se terminó de definir mi escala de valores. Se me hicieron muy sólidos los conceptos de cuidado, respeto, incondicionalidad, amor profundo...".
Padre de Morena, pizcueta de cinco años, se ufana de ser un "buen contador de cuentos. Ahora, antes de que se vaya a dormir, le leo La bella durmiente y Mülan, que es largo, larguísimo. A veces invento un poco o cambio alguans cositas. Y ella me escucha muy atenta". Confiesa que más de una vez se pregunta si juego mucho o juego poco, pero "sí sé que bajo la línea verdadera, la de la acción. Si me equivoco lo reconozco. Con Nancy (Dupláa, su mujer, 'mi compañera') hacemos control de calidad con lo que bajamos. Somos muy responsables como padres. Mi familia es mi templo... el del amor, el del descanso, el de la ayuda, el de la compañía, el de la felicidad".
¿Cómo sos en las ceremonias afecti vas?
Soy medio franela. Con los años traté de despojarme de posibles vergüenzas. Durante mucho tiempo pensé que llorar no era cosa de hombres... Basta de ese lastre. Si tengo que llorar, lloro; y si se me ocurre pegar un buen abrazo porque sí, lo doy. Estoy mucho más flojito y me gusta.
Cuatro actores y un toque de humor negro
Estrenada en Londres, rápidamente llegó a Nueva York, de la mano de Jeff Goldblum y Billy Cudrup, para convertirse en una de las obras más aclamadas de Broadway. Con ese antecedente y siete premios internacionales —entre ellos un Lawrence Olivier y un Tony—, The Pillowman ("El hombre almohada") desembarca en Buenos Aires con un póquer de nombres y su clásico toque de humor negro.
Protagonizada por Pablo Echarri, Carlos Belloso, Carlos Santamaría y Vando Villamil, la pieza —dirigida por Enrique Federman— subirá a escena el jueves, en el Lola Membrives. Escrita por el dramaturgo irlandés Martin Mc Donagh, la pieza desgrana la historia de un escritor de ficción, cuyos textos ofician de disparadores para un operativo policial en su contra. Y de autor creativo pasa a ser el principal sospechoso de la ciudad.
Acusado de diferentes crímenes infantiles —de factura idéntica a muchos de los cuentos que escribe—, Katurian (Echarri) cae en el maltrato exagerado de dos detectives (Santamaría y Villamil) que hacen de su trabajo el manual de estilo del autoritarismo. Y en medio de las torturas físicas, sobrevuela el fantasma de las torturas psicológicas que él y su hermano (Belloso) soportaron como pudieron en una oscura casa familiar... que llevó a uno a ver la vida desde la diferencia y a otro, a hacer de su cabeza afiebrada una usina de historias devenidas en cuento, como el del hombre almohada que da el título a la pieza que se presentará en Buenos aires por diez semanas, de miércoles a domingo.
"Es una obra maestra muy explosiva, intensa, muy desequilibrante. No salís de verla igual a como entraste... Habla, básicamente, de violencia familiar", explica Echarri.
Entonada por el humor negro, The Pillowman —producida por DG Medios y Espectáculos, de Daniel Grinbank— se mueve sigilosa entre el drama y la comedia, en la delgada línea entre víctima y victimario, tan delgada como la que, en este caso, separa ficción y realidad.
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Walter Domínguez
No es de dormirse en los laureles, Echarri. Y eso habla bien de él. Y lo emparenta, a la vez, con el otro galán clase A de la TV argentina, Facundo Arana. Ese River-Boca que ellos no alimentan, pero los medios jugamos gustosos. Ambos, cuando tienen éxito en algún emprendimiento, siempre van por más en el próximo. Arana, después de Sos mi vida, se metió con lo social en Vidas robadas. Pablo Echarri, luego del golazo de Resistiré, se la jugó con Montecristo y volvió a ganar. Eligió correrse de la tele y apostar al teatro y no precisamente a una obra fácil. Se merece la mejor de las suertes.
Con el Martín Fierro en la mira
A un año de haberse alzado con la estatuilla de oro por Montecristo (la tira que protagonizó por Telefé en el 2006), Pablo Echarri no tiene un pálpito claro con miras a los Martín Fierro que se entregan el miércoles, pero sí reconoce que "tendría que darle la derecha a Lalola, que fue lo que más se destacó el año pasado. Hizo un gran papel, pero me hubiera gustado que la pantalla tuviera más ficción".
Ganador del oro también por Resistiré, admite que "siempre quise, aún cuando he ganado, que hubiera más tiras o unitarios. No quiero que los Martín Fierro se transformen en una mueca: quinternas en vez de ternas, nominaciones que solamente son para llevar gente a una gala, corrimiento de fecha para la ceremonia viendo cuándo conviene más... Ojo que es un premio que revalorizo y apoyo. Pero creo que año tras años se diluye y hacen quinternas sólo para llenar el salón... y hay dos, entonces, que ya saben que van de relleno"