Osvaldo Laport relee una vez más la escena que grabará en unas horas. Con el traje impecable que viste al personaje más pérfido de su carrera televisiva, espera en su camarín de los estudios de Don Torcuato. El uruguayo que diera vida al famoso Catriel hace varios años, hoy encarna a un ex agente de seguridad, mafioso, sanguinario y erotómano. Por primera vez abandona el rol de galán bonachón para desplegar malicia en Lobo, la novela del 13. Entusiasta, luego de la conversación lidera un recorrido por los estudios, donde se despliega una estética cuidada hasta el último detalle. Y entre los decorados, vuelve a afirmar: “Conversar, mediar, esa es mi filosofía”.

–¿Y lo llevó a buen puerto?

–A muy buen puerto, por lo menos tengo una vida calma. No soy una persona de reacciones intempestivas, o caprichos poco inteligentes o necios.

–En su ambiente es fácil encontrar gente repleta de caprichos.

–Uno a veces se ha encontrado con algunas experiencias; las menos, por suerte. Pero bueno, ellos se la pierden porque uno llega a un puerto feliz cuando las cosas se hacen con calma.

–Siempre lo han elegido para representar buenos hombres. Esta vez, no.

–Pero siempre traté de que fueran muy terrenales. Con mucha humildad, tengo que ver en eso. Más allá de sus perfiles, de sus comportamientos, disciplina o cultura, siempre fueron hombres queridos por mujeres y hombres. Un hombre en la calle, una vez me paró y me dijo “Laport, permitime, dame un abrazo. Firmale un autógrafo a mi mujer”. Lo felicité porque eso hablaba muy bien de él, que no era un tipo machista. Y me contestó: “¿Sabés lo que pasa? Vos no sos competencia para nosotros”. Y fue el mejor halago que recibí. Nunca fue mi intención canalizar la histeria a través de los personajes. Al contrario, siempre fue una cosa muy terrenal. Es más, me atrevo a decirte que este es el primer personaje “galán”. El primer personaje imbécil, que se cree lindo y que está para la pilcha. Es sexual, lo manifiesta todo el tiempo.

–¿Dudó en aceptarlo?

–Para nada. Y me halaga que los productores de la mano de Adrián (Suar), que siempre está en sus horas off-oficina pensando y cuidando sus ficciones, me hayan elegido. Eso me ha pasado con otros productores como con Omar Romay, cuando hicimos Cosecharás tu siembra, y me decía: “Osvaldo, sos un actor que se tira a la pileta, con agua o sin ella”. Esa cosa de defender el personaje, de tener pánico antes de empezar.

–¿Miedo a qué?

–Porque creo que todos tenemos el yin y el yang, el bueno y el malo. Yo tengo mis miserias como individuo. Ahora me divierto pero al principio padecía. Había dos caminos: hacerla a cara de culo y bordear lo obvio, o lo que cotidianamente sufrimos los ciudadanos, esos personajes que están en nuestra sociedad.

–¿Cree que se inicia algo diferente en su carrera?

–Cada personaje que me ha tocado interpretar me ha dado sus frutos. Ni siquiera especulo con eso. Me gusta que la vida me sorprenda, como me ha sorprendido siempre. Lo cierto es que tal vez por una filosofía de vida o mística, estoy sensible a los preavisos. Me ha sucedido con casi todos los personajes. En mi vida privada he sido víctima de situaciones que me han sorprendido muchísimo. Situaciones muy malas, muy feas. Ahora estoy un poco más curtido, pero recuerdo hace muchos años atrás, haber llorado por el cachetazo del primer juicio. Después aparecieron varios más.

–¿Esas cosas le hicieron pensar en abandonar la actuación?

–No, están ligadas a la vida y la vida te sorprende. La vida te da revancha, no venganza. Trato de que mi filosofía se imponga. La justicia y el bien divino se toman su tiempo. Esos cachetazos me han dado la posibilidad de componer este tipo de personaje. Hoy estoy en tiempos de paz, soy un hombre de paciencia, de respetarle al tiempo su tiempo. La ansiedad, que obviamente la puedo tener, a mi edad, está equilibrada, calma. Trato de acompañar a aquellos que no pueden manejarla, manipularla. Y dejar fluir la vida.

–¿Su familia acompaña esos tiempos?

–Con mi mujer hace años que estamos juntos. Y mi hija también. Creo que valoro más la cabeza y el alma de un ser joven de 16 años. Creo que ha sido abierta a mamar toda la información que le pudimos brindar como padres. Jazmín es una piba que maneja muy bien la ansiedad y tiene el equilibrio como protagonista en su vida. Dios dirá qué pasará mañana, pero hoy es un placer.

–¿Quiere ser actriz?

–(Risas) Sí, quiere ser actriz, cantante, bailarina, artista. Nosotros hemos tratado de distraerla, pero no es fácil pelear contra las liviandades. La liviandad es seductora por sí misma. Aquellos que están huérfanos de raíces y de cuna son atrapados rápidamente por esta ola.

–¿Habla de la televisión?

–Sí, y uno lo sufre también, justamente por las nuevas generaciones. Consumo tele, acompaño a los colegas. Sería muy tonto de mi parte, ya que esta es una plaza muy pequeña, no privilegiar a la fuente de trabajo como tal. Hoy por hoy, en la novela que compite con nosotros, Dulce Amor, tengo colegas, compañeros, amigos, les mando mensajes. Yo he hecho de todo, trabajado en megaproducciones, con Berlusconi. Hasta me han convocado para que lo acompañara en su campaña política.

–¿Y lo acompañó?

–No, por principios no. En ese entonces yo entendía que los artistas no debían involucrarse. Hoy pienso totalmente lo contrario. Estoy blanqueado políticamente.

–¿Con Mujica?

–Sí, con quien compartimos la misma filosofía. Mediar, el equilibrio.

–¿Tiene ganas de volver a Uruguay?

–Lo hemos pensado con Viviana (Sáez) para la próxima etapa. Creo que la televisión está complicada. Los programas para la juventud siempre son en barrios no carenciados y todo esto va de la mano de la liviandad. Yo también me he cuestionado lo que mando desde este personaje, pero es un programa de ficción. Me han sucedido cosas impresionantes. Por ejemplo, llevar a mi hija a lo de una amiga en un barrio privado y la gente de seguridad me ha felicitado por el personaje.

–¿Es obsesivo a la hora de trabajar? ¿Hace repetir escenas?

–Muy, y si estoy mintiendo, sí. Me preocupo por los compañeros, si un picaporte funciona mal. No me gusta subestimar al público. Y en esta oportunidad tengo la suerte de estrenar un personaje atípico, en un producto atípico. Es un género nuevo, en un campo de acción que está virgen. Como espectador, disfruto de los efectos especiales, de la factura final, la calidad y el buen gusto son excelentes. No voy a decir que es una injusticia que no nos acompañe el rating. Sí voy a decir que no es justo.

–¿Le preocupa el rating?

–Es mentira que no nos preocupa el tema del rating. Nos metemos, por eso también estoy en esa etapa de mi vida en que manejo la ansiedad. Ya vendrá, tiene que venir. Me conformo con que estamos haciendo un producto de la puta madre. Me ha tocado hacer una carrera atípica. Yo no he estado en una novela más. Por un lado o por el otro, estuve en productos increíbles. Por eso entendí que me dijeran: “¿Qué canta este pelotudo ahora?”.

–¿Le enojó?

–Sí, me enojaba, pero no desde el nene caprichoso que quiere demostrar que ahora puede cantar. Los primeros pasos los hice cagado en las patas; una timidez que me destruía el alma. Cuando pude vencer todo eso, mi prejuicio personal, pude vencer el de los otros. Entonces hoy disfruto de cantar porque sé que lo hago bien, muy bien.

–¿Se imaginó que iba a llegar hasta aquí en sus comienzos?

–Nosotros no teníamos televisión, yo miraba en la del vecino. Era público de mi viejo y mi hermano, que hacían teatro vocacional. Yo no sabía ni tenía referentes de estrellas. Quería tener la continuidad y la posibilidad de poder vivir de eso. Después, una vez instalado acá pude ver lo que era el éxito. Lo primero era poder tener continuidad de laburo.